
El cine es el séptimo arte, pero para mí es el séptimo vicio. Jamás pensé que un día consideraría a ese juego pueril de palabras como una realidad interesante. Hoy, me encuentro con que el que ve el cine no soy yo, sino alguien más. Cuando entro a una sala de proyección me transformo en un sujeto sumiso que se entrega a lo que “alguien” desea, y que se satisface con los apetitos de otro.
Ese “alguien” (normalmente el director) me hace ver el mundo con otros ojos (que tampoco son los suyos) y hace flotar a mi inconsciente hasta la pantalla para perderme en simbolismos, en lo imaginario y en lo real. Es allí donde mis deseos se cristalizan y vivo, mientras la cinta ruede, en el reflejo del yo que está en la pantalla.
Mi pequeño secreto…

Un filme que nos identifica es un reflejo del yo que queremos ver, o del yo que queremos exteriorizar para repudiar. Mientras dure el estado de hipnosis en el que nos induce una película, deconstruimos y rearmamos nuestro autoconcepto en la imagen reflejada en la pantalla. Es por esto que tantas mujeres ven con apatía a las películas de acción.
A mi chica no le gustan las pelis de acción…

Y si no te atrae la acción, pero degustas más el cine de terror... pues estás condenado. Este género no sólo es un desastre freudiano, sino que es la máxima expresión de la mujer socavada y victimada. No lo reconocerás a priori, pero a la larga descubrirás que el gancho de estos filmes es ver sufrir a las mujeres, ¿terrible no?
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