lunes, 14 de diciembre de 2009

El libro y las sábanas. (Una historia real. Te lo aseguro)

Ésta es una historia real, y no le pasó al amigo de un amigo, sino que me pasó a mí. Y me pasó hace apenas algunas horas.

Bien, había sido un domingo muy típico: películas, series de Tv, video juegos, almuerzo familiar, etc. Ya todos en mi casa estaban durmiendo, era pasada la media noche, no quería ver la televisión y estuve a punto de colocar una película –que irónicamente iba a ser la famosa cinta de miedo Actividad Paranormal–.

Sin embargo, viendo que ya era la 1:30 am, decidí buscar la novela que estoy leyendo en este momento –City of Bones de Cassandra Clare– para leer algo mientras me daba sueño. ¡Ja! Mira que fue justo lo contrario. Allí fue donde comenzó lo extraño… la novela no estaba por ninguna parte.

Eso no me extrañó, a decir verdad. Si no me conoces, has de saber que siempre llevo un libro debajo del brazo para leer apenas tenga una oportunidad –como por ejemplo las colas en los bancos, ó viajes en autobús, mientras espero por alguien, etc– así que el libro bien podía estar en cualquier lugar.

Primero busqué exhaustivamente en mi alcoba. Sacudí las sábanas, miré debajo de la cama, debajo de las almohadas, en el sillón donde leo, en la mesa donde guardo mis libros, en mi closet… simplemente nada. Como si el libro jamás hubiese existido.

Bajé a la pequeña oficina de mis padres –donde está mi pequeña biblioteca personal– y tampoco encontré la novela. Aquí, de hecho, sólo busqué para descartar, porque estaba seguro de no haber colocado ese libro allí en ningún momento desde que lo había comprado.

Un tanto molesto, subí a mi cuarto una vez más. Levanté cada objeto, moví cada cosa, mire por doquier y el libro no aparecía. Ya para este momento –cerca de las dos de la mañana– había expandido la pesquisa a toda la casa. Fui al cuarto donde dormían mis padres, a la alcoba de mi hermano y revisé por encima con la luz de la pantalla de mi celular. El resultado fue el mismo: estéril y frustrante.

Para tranquilizar mi mente, revisé una última vez mi cuarto: la cama, debajo de ella, la mesa con un montón de libros y revistas, mi closet medio desordenado. Maldije mi suerte, de seguro había perdido el libro. Lo pude visualizar olvidado en algún asiento de autobús, en alguna banca, o quién sabe dónde.

Finalmente decidí irme a la cama. Había decidido que llamaría a mi novia en la mañana para preguntarle si ella sabía del paradero del libro –bien podía haberlo dejado en su casa–. Cerré mis ojos, me moví de un lado al otro debajo de mi cobija y suspiré. Estaba enfadado conmigo mismo, le pedí a los cielos que apareciera mi libro. Y luego recordé algo: el carro.

Era harto probable que hubiese dejado el libro en la camioneta de mis padres. Sin embargo eran las 2:30 de la mañana y me daba un poco de pereza y cierta aprensión salir de la casa. Intenté conciliar el sueño de nuevo sin éxito. Para mi propia sorpresa me paré de la cama con determinación y salí a husmear en la camioneta.

De nuevo… nada.

Cerré la camioneta. Puse la llave sobre la mesa, me aseguré de haber trancado la puerta principal, fui a la cocina a tomar un poco de agua y luego al baño a echar la última meada de la noche.

Al subir por las escaleras tuve una sensación de desasosiego, por mi mente pasó la estúpida idea de que mientras chequeaba la camioneta alguien, o algo, pudo haber pasado detrás de mí y entrar a la casa sin que lo viera, sin que me diera cuenta.

Debo admitir que fue una imagen muy desconcertante, pero nada comparado con lo que vi después.

Justo al entrar en mi alcoba vi el libro sobre la cama. Allí, donde había estado intentando dormir unos cinco minutos atrás, yacía el libro con el título en dirección hacia la puerta, como esperando para recibirme.

Quedé congelado. Una sensación más poderosa que un escalofrío sacudió mi cuerpo. Sentí como si un líquido gélido se hubiese derramado desde mi cerebro hasta mis entrañas. ¿Qué demonios? El libro no estaba ahí antes, yo lo sé, yo revisé. ¡Carajo! Que hasta estuve acostado allí.

Por el más largo de los momentos me quede allí, con esa sensación de que la temperatura estaba unos cuantos grados más debajo de lo normal. Me asomé al cuarto de mis padres, quienes roncaban a plenitud, y luego al de mi hermano, quien también estaba plácidamente lánguido sobre su cama.

Créeme que me lo pensé antes de entrar a mi propio cuarto. Fulminando mi mente, consumida por la adrenalina, se dispararon cientos de escenarios que perseguían una lógica imposible al fenómeno que acababa de presenciar. Nada tenía sentido. Y, para serte franco, aún no lo tiene.

Luego de un rato, que se me antojó eterno, entré. Todos los vellos en mi cuello y brazos se erizaron. Tomé el libro entre mis dedos como para asegurarme de que era verdad, que no estaba perdiendo la cordura. Y todo estaba en orden, hasta el separador de páginas estaba justo donde lo había dejado.

No supe que hacer. Despertar a cualquiera en mi casa era un acto de cobardía, y ni de chiste me iba a ir a dormir con mi hermano. Así que opté por leer, o al menos intentar hacerlo. No iba a dejar que nada ni nadie me sacase de mi propia habitación. Esta era una situación que iba a superar. Sin importar qué, iba a pasar la noche en mi cuarto.

Tras una media hora de torpe lectura la sensación eléctrica del ambiente no se desvanecía. Fruncí los labios, dije en voz alta “gracias por devolverme el libro”.
Verás, desde mi perspectiva, si el libro me lo devolvió una fuerza mística o divina por plegaria express, pues fue fantástico; y si por el contario, me lo devolvía un espíritu burlón, pues de igual forma me lo había devuelto, y no tenía que comprar uno nuevo. Por consiguiente, estaba agradecido.

Me armé de valor, y apagué la luz. Revisé el reloj de mi celular varias veces y el tiempo fluía de manera irregular, a veces muy lento, otras muy rápido. A eso de las 3:30 am el sopor estaba venciendo a mi mente alerta y comencé a quedarme dormido.

O esto hice hasta que oí una carcajada lejana.

Es cierto. Lo puedo jurar. Puede que no me creas, pero todo esto me pasó, y me pasó hoy. No hace 20 años cuando era un niño impresionable, sino hoy cuando soy un adulto consciente de 25 años.

No dudo que la risa pudo haber venido de una casa contigua, o alguna otra explicación similar. Lo cierto es que después de eso no puede dormir más esa noche. Me quedé en cama, con la luz apagada, y el celular en mano como mi única defensa. Admito que también recé un par de veces más de lo que normalmente haría.

Si decides tomar esta historia como verdadera, depende de ti. Yo sólo cumplo con contarla y jurar que es verdad. El libro no estaba, y luego sí. Justo sobre mi cama. Luego una risa misteriosa en medio de la noche. ¿Me espantaron? ¿Delirios? ¡Qué sé yo!

Lo que sí sé, es que recordé muchas veces en la noche a Kubrick, no por El Resplandor como tal, sino por lo que dijo del mensaje del filme. Para Kubrick, igual que para su servidor, estas experiencias “paranormales” son esperanzadoras, ya que al menos me hicieron creer por una noche que puede que haya más de lo que no captan nuestros sentidos, ¿vida después de la muerte, quizás? ¿Otras dimensiones? ¿Criaturas fantásticas? No lo sé.

Al menos puedo decir que ésta fue una noche bastante interesante.

4 comentarios:

  1. We will talk about this later my friend, you and I.

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  2. Vertale jejeje esta de película pero aun sigo siendo de los que dicen que "ver para creer" suena todo bastante interesante y eso solo hace que me den mas ganas de ir a tu cas jojojo >:)

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  3. Ok, acabo de ver Paranormal Activity y dejame decirte que apesta de sobre manera...tu historia del libro y la carcajada da más miedo...

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  4. La verdad es que no sé que decir, estas cosas no me pasan a mi.
    Y creo que si me pasaran las interpretaría de otra manera, pensaría algo como ¡estuve durmiendo encima del libro y no me dí cuenta! XD

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