domingo, 21 de febrero de 2010

Percy Jackson y el ladrón del rayo. Insípida, pero...


La tendenciosidad es la característica más definitoria en el Hollywood actual. Sus nada imaginativas fórmulas pululan como un implacable cáncer que consume la taquilla y se extiende en el tiempo.

Hace años, cuando Matrix cambió el mundo, un gran número de cintas, con tramas y estéticas parecidas, arrasaron con las salas de cine. Luego, sucedió lo propio con los fenómenos cinematográficos de El Señor de los Anillos y la saga de Harry Potter.

Por supuesto está demás decir que cada intento por emular estás manifestaciones, intermitentes y grandiosas del séptimo arte, han fracasado estrepitosamente. Ejemplos hay muchos: la catastrófica Brújula Dorada, la infame Eragon, la imperceptible Inkheart y, ahora, Percy Jackson y el ladrón del rayo.

La trama...
Percy Jackson, un chico un tanto marginado por la sociedad, con un padrastro abusivo, dislexia y ADD, descubre no sólo que tiene súper poderes, sino que además es un semidiós e hijo del mismísimo Poseidón. Reveación que desata una cadena de eventos que lo llevará a viajar desde al Hades hasta el Olimpo para salvar a su madre y, evidentemente, al mundo entero.

Lo bueno…
Sus protagonistas “adolescentes” son dulce para los ojos. Tanto el actor que interpreta a Percy, Logan Wade Lerman, como su contraparte femenina, Alexandra Daddario, quien le da vida al personaje de Annabeth, tienen suficiente mojo y atractivo físico como para arrastrar a las masas.

Lamentablemente hasta aquí llega su encanto. Además de no tener química entre ellos como pareja estelar, también resultan insípidos en la pantalla. Por suerte para estos “quinceañeros” el ritmo bien acompasado de la película y varias secuencias entretenidas hacen de este largometraje algo llevadero, y a veces hasta disfrutable.

Por otra parte, también he de reconocer que los efectos visuales son creíbles, y el trabajo del diseño de producción un tanto simpático. No hay mayor mérito en la parte técnica o creativa, pero de vez en cuando hay atisbos de una buena intención.

Lo malo…
Chris Columbus dirige como un chico poco talentoso, y muy temeroso, recién salido de una escuela de cine. No hay nada interesante en su propuesta audiovisual. El lenguaje de los planos es ineficaz, casi nulo. Cada escena es genérica, todo el largo cargado de un profundo sinsabor que te entumece en la butaca.

Y, como si fuera poco, todo esto se ve exacerbado por el pésimo guión de Craig Titley y Joe Stillman. La trama está tan llena de huecos como un trozo de queso añejado. ¡Y caramba! Tienen hasta el mismo olor. ¿Qué pasó aquí? A ver, la novela no es Shakespeare, ni siquiera le pisa los tobillos a Rowling, pero es más sólida que este desatino de guión.

Todo lo interesante de la novela se perdió en la adaptación, además de que dejaron a los espectadores en un limbo lleno de respuestas estúpidas para grandes preguntas, o peor aún, sin siquiera una intento de respuesta. Es decir, ¿quién sabe por qué el Olimpo está en Nueva York? ¿Alguien? Por favor, no todos a la vez.

Lo cierto…
Ahorrense la pena ajena y no vayan al cine. Esperen a verla en la tele (tampoco la vayan a descargar o alquilar). Este largometraje es como una especie de cajita feliz fílmica, que sí, trae juguetes bonitos, pero te deja con hambre y una sensación de culpa por haber desperdiciado tu dinero y perpetuado un género que nació y morirá con Harry Potter.

Como dijo un amigo, ojalá vienera Kratos, de God of War, y matara a todos estos críos de una manera cruela e inmisericorde.

La puntuación…
4.5/10

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